Juan el bautista nos invita a pensar en el futuro.
Esperanzado, cree en una situación distinta y, por ello, tiene una visión del futuro que le lleva a distanciarse de los poderes de su tiempo y anima a crear una realidad diferente. Pone la distancia necesaria para poder escuchar lo nuevo y anima a la conversión, porque esa novedad requiere un hombre distinto.
Quien tiene esperanza en el futuro ahorra en el presente e invierte en el futuro. Quien no tiene esperanza y no desea ningún futuro, disfruta en el presente y contrae deudas que sus hijos no podrán pagar. Esto lo decía Moltmann hace 26 años y en el seno de una Europa optimista y centrada en su potencial económico y político. Hoy, tras una crisis económica que ha borrado todas las expectativas y se ha llevado por delante todas las esperanzas al tiempo de generar una deuda impagable, nos parece una profecía.
¿Tenemos los cristianos una visión de esperanza y fuerza suficiente para cambiar este mundo?
El Papa Francisco lo decía con su espontaneidad, en Florencia, hace unas semanas:
“No miréis la vida desde el balcón, comprometeos, sumergiros en el amplio diálogo social y político. Las manos de vuestra fe se levantan hacia el cielo, pero lo hacen mientras edifican una ciudad construida sobre las relaciones en las que el amor de Dios es el fundamento. Y así seréis libres de aceptar los desafíos de hoy, de vivir los cambios de época”.