Es la grandeza de la tradición apostólica.
En el Antiguo Testamento, la continuidad era garantizada por la prolongación de ciertas estructuras, instituciones, leyes.
En la Iglesia, la tradición apostólica vive de la comunión con su Maestro.
La tradición permite que el mensaje que se trasmite sea fundamentalmente el mismo de los orígenes. Es cierto que el paso de la historia deja su huella impura; son las ambigüedades humanas. Nos toca estar siempre en actitud de purificación.
También, en el principio, se dejó ver la humana fragilidad. Apunta el Evangelio que Jesús llamó “a los que quiso”. No fueron los méritos personales de los llamados sino la pura gratuidad divina. Uno será el traidor que entregará a su Maestro a los verdugos.
Solemos insistir más en la misión y en “los poderes” que les acompañan que en otro de los motivos anunciados en el llamamiento: “Estar con él”. Estar con él evoca intimidad, amistad, “ser compañeros”. Podríamos aludir aquí a una dimensión tan traída por los Papas: “Ser adoradores de Jesús”. Más allá de rezar, agradecer, pedir, ponernos en adoración es ponernos delante y junto a Dios. Es contemplación, es dejarse envolver en el océano de Dios.
FELIZ DÍA A TODOS…