Es cierto que, cuando llega, el sufrimiento puede ser momento de grandeza de ánimo y santidad.
Pero, a la vez que llevamos nuestra cruz, hemos de trabajar para que desaparezcan las cruces de los otros. Vemos la mano de Dios en los médicos, en los profesionales que se afanan por el bien de los demás, en los hombres que están cerca de los que sufren por cualquier motivo.
Algunos preguntaban: ¿Dónde estaba Dios cuando se mataba en el campo de concentración de Auswich? Y la respuesta era: Dios estaba allí sufriendo con aquellos que eran llevados a la muerte.
En todo caso, aprendamos de la escena del Evangelio. Ante una curación, en lugar de dar gracias, los de corazón torcido lo atribuían al demonio. Y es que cuando tenemos manchado el corazón por la envidia, por los rencores, por lo que sea, no sabemos apreciar cuanto de bueno, de noble, atesora el corazón del otro. Bienaventurados los sencillos de corazón.
FELIZ DÍA A TODOS…