Era una mujer del pueblo. Suponemos que no abundaba en sabiduría humana; tampoco tuvo rubor o vergüenza. Así lo sentía y así lo dijo. “En voz alta”, sobre la multitud: “Feliz el vientre que te llevó y los pechos que te amamantaron”.
Si nos metemos en la escena, nos anima el coraje, la valentía, el fervor de esta mujer. Ella quedó seducida, arrebatada por las palabras de Jesús, que hablaba con autoridad. De igual manera, los signos de Jesús remitían a la grandeza del personaje, todavía no perfectamente conocido. La integridad y santidad del Maestro hacían lo demás.
Para aquel pueblo la gloria de la mujer era su maternidad. Y Jesús no rebaja esta gloria, pero apunta a lo más perfecto: “Felices los que escuchan la Palabra de Dios y la guardan”. Estaba diciendo que en su madre se cumplía esta felicidad, que la Virgen era la “tierra buena” que se abre a la siembra de la Palabra.
FELIZ DÍA A TODOS…