Cuando somos niños, la luz de la fe nos abre por primera vez al horizonte de Dios como Maestro y Guía. Cuando somos jóvenes, la fe puede crecer hasta orientar la propia vida según el querer de Dios, alejándonos de caminos falsos. Cuando llegamos a adultos, la luz de la fe está llamada a fermentar todos los rincones del propio ser, para así llegar a poder iluminar a otros.
Jesús es luz, y con su paso ilumina al ciego de Betsaida. Él, al ritmo de sus posibilidades, va asimilando esa luz hasta que llega a ver todo con claridad.
Feliz día a todos… Dios te bendice…